miércoles, 8 de abril de 2009

Pequeño vicio confesable

Cuando vivía en mi piso de estudiantes yo tenía una fantasía compartida con mis compañeras, mis amigas. Teníamos una historia inventada en la que cada una tenía una profesión llena de glamour -actriz, modelo, escritora-. Yo era cantante de un club de jazz. Llevaba un vestido largo de lamé y el pelo recogido y tirante a veces y otras suelto como Gilda. En nuestra fantasía teníamos aventuras y amores y nos hartábamos de reir. Yo siempre me veía cantando entre humo y alcohol y mi amante era el saxofonista de la banda.

Mi pequeño vicio confesable es cantar en el karaoke. Siempre he cantado, de pequeña me llamaban "la niña que canta". De vivir en Madrid yo habría sido una nueva Marisol, ahí con un par. Mi tita me enseñaba canciones de Karina y de Manolo Escobar y yo era salerosa y sandungera. Una vez, en el cole, también canté esa canción tan triste de Ana Belén, la de sentada en el andeeen. Decían que hasta me parecía a ella, lo cual es falso.

Algunas veces he salido de karaoke con mis amigas y también con los compañeros del trabajo. Siempre me lo he pasado de muerte y no hay quien me quite el micro. Mi especialidad es La chica Yeyé, versión Concha Velasco. Pero canto lo que me echen mientras no sea ñoño. El caso es desmadrarse, no tener miedo al ridículo y no pensar en pijadas.

También canto en casa, aquí. Viene muy bien para eso de las miasmas, limpiarse una de mugre, autocompasión y demás porquería.

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