martes, 16 de junio de 2009

Feria (II)


Hay años en que se es demasiado mayor para ir con los padres a la Feria y demasiado pequeña para ir con amigas. Corramos un tupido velo sobre esos años. Mis amigas me buscaron relativamente pronto, y entonces, ir a la Feria -cada dia!!!- era casi la única ocasión que yo tenía de volver a casa muy tarde.

Ya no íbamos a los cacharritos. La costumbre, nuestra costumbre era ir primero de botellona y luego a las casetas. Siempre mis dos amigas y yo. Para bailar. Nos gustaban las casetas con orquesta y yo siempre fantaseaba con ser la cantante. Me imaginaba vestida con uno de esos vestidos ceñidos y horteras, de lentejuelas y brillos, pero arrebatadora. Nunca se lo conté a mis amigas. Yo quería brillar en el escenario y cantar los éxitos de los ochenta. Quizás hasta con una peluca.

Luego llegó Pako, un par de años fui con él a la Feria. Montaba su puesto de artesanía de cuero, sus pulseras, pendientes, era muy habilidoso él. Yo me sentaba a su lado. Como si fuera su novia artesana. El pobre tuvo la santa paciencia de enseñarme a hacer pulseras. ¿No he escrito aún sobre mi tremenda incapacidad para los trabajos manuales? Corramos un tupido velo sobre mi imagen tras el puesto de artesanía. Y sobre mi comisura babeante, al lado del artesano.

Cuando chapábamos el puesto -él decía chapar, era asi de radikal- nos íbamos a beber a las casetas y entrábamos en las más cutres. Esas de partidos radikales. Hasta bailábamos cosas radikales, en plena Feria. A veces yo salía de mi extrema enajenación y añoraba unas rumbas. Pero creo que Pako solo sabía bailar botando. Una rumba era cosa herética.

Lamentablemente hubo años en que proclamé mi aborrecimiento hacia la Feria. Me convertí en una de esas snobs que detestan a las masas bailonas de las casetas. El rebujito y las espaldas sudadas. Estuve años sin ir, feliz de mi superioridad. Afortunadamente el alelamiento gilipollas pasó y ahora hasta he vuelto a vestirme de gitana.

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