jueves, 4 de junio de 2009

Más sobre Sevilla y los diecisiete

En Sevilla empecé a escribir poemas. Poemas muy tristes, como es lógico. También empecé a leer poetas. Y para estar en ambiente, a Luis Cernuda, lo cual me ponía aún más triste. Tanto desamor. Tanta búsqueda de amor.

A los diecisiete siempre tenía un libro en las manos. Leía en la cama antes de dormir, con el desayuno, con la comida -aunque me regañaran- , cuando iba al campo o a la playa, tengo fotos, con un libro en las manos, siempre. Estudiaba y tenía el libro al lado, cuando me hartaba de los apuntes, volvía al libro. Un refugio.

A los diecisiete yo llevaba el pelo corto y parecía un chico. Estaba más gordita y tenía mofletes. No me maquillaba, no usaba pendientes. Y sin embargo mi autoestima estaba, siempre, por las nubes. No me arreglaba por pura soberbia. Me sentía única, diferente. Me gustaba ser rara. Me gustaba ser especial -o imaginarme especial- y pensaba que quien se enamorara de mi debería hacerlo por mis cualidades como criatura especial. Poemas tan desesperados escribía yo... que hastío.

Pero se me disculpa porque eran sólo diecisiete tontorrones años, tan tristes y solitarios como los de cualquier otra adolescente. Con esa rebeldía de andar por casa que, sin embargo, creía letal. Leer, mantener el ceño fruncido, contestar con monosílabos, vagabundear por la calle -en Sevilla, sola, por el Parque de Maria Luisa, creyéndome una princesa o peor aún, una poeta triste-, fumar en una esquina del patio del instituto, mirar alrededor con una nube de humo de tabaco rubio alrededor como en las películas, poner poses de adolescente rebelde y letal.

Sin embargo mis sueños eran puro costumbrismo: pasear de la mano de un chico a poder ser guapito de cara. Ir al cine con él. Hacer manitas en el cine. Bailar en la discoteca bailes lentos con él. Y darme el lote, que a mis diecisiete no era un lote muy detallado. Yo imaginaba solo besos y manoseos, poco más, no tenía mucha imaginación, era una romántica.

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