martes, 29 de marzo de 2011

A brick in the wall

The wall fue para mi esa película catártica que toda adolescente tiene en su biografía. Verla fue una epifanía. No sólo la película, con las canciones y toda la historia que cuenta, sino también aquel momento, aquel lugar y aquella compañía.

Fui a ver The wall a un viejo cine de butacas rojas desgastadas. Un cine con palcos y acomodador. Un ambiente con todas las papeletas para encandilar a una adolescente medio pava.  Programaron The wall en un ciclo de esos de cine para estudiantes y gafapastas; en esa época yo era plenamente estudiante y aspiraba a gafapasta de primera, pero aún me quedaba mucho camino. Yo estaba estudiando COU y estaba enganchándome a Pako, el jipi, ese que tenía todos los puntos para enamorarme.

Por supuesto que fui con Pako y supongo que con algún moscón más, pero yo sólo recuerdo a Pako que se sentó a mi lado, tan coleguita mío, tan superguay. Si yo no hubiera ido con Pako quizás The wall no hubiera sido tan epifánica. Pero las circunstancias fueron así y yo salí bastante tocada del cine. Salí mesiánica, aguerrida y libertaria. Por odiar, podía odiar a todo bicho opresor; por salvar, podía salvar a todo bicho oprimido.

Poco después me compré el vinilo y atormenté a mi familia con las canciones, que me aprendí de memoria y que, si no las escuchaba, las berreaba allá donde fuese. Lo malo es que me lo creía todo mientras cantaba y pensaba que un día yo sería líder de algún movimiento revolucionario que cambiaría el mundo y Pako estaría a mi lado, absolutamente enamorado de mi y absolutamente revolucionario también.

El vinilo lo tengo aqui mismo, en esta habitación donde escribo, pero hace muchísimo tiempo que no lo escucho. De Pako ya no se nada. De aquella catársis, queda un bello y romántico cadáver.

No hay comentarios: