lunes, 29 de septiembre de 2014

El evento absurdo (2): cumpleaños infantiles

A mi me gusta celebrar cumpleaños infantiles y no voy a poner aquí por escrito la causa. Es una cosa obvia. A mi me gusta toda esa parafernalia de globos, bocadillos y tarta; el momento "apaga las velitas y pide antes un deseo"; las fotos, los regalos y cantar Cumpleaños feliz en español  y en inglés. Celebrar un cumpleaños a la manera clásica con merienda, familia y amiguitos. Celebrar hasta un límite.

Estuve en el cumple años de un bebé, el típico primer cumpleaños en el que como el bebé no tiene aún amiguitos, los padres invitan a la familia. Pero en vez de invitar a los abuelos, los dos titos de más confianza y un par de primos para cumplir con la cuota infantil, es decir, una celebración íntima de merienda y buenos deseos, aquel cumpleaños al que asistí fue un evento multitudinario muy agobiante. Creo que hice un mal papel, estuve sólo una hora porque aquello me superaba. Absurdo invitar a familiares lejanos, absurdo invitar a todos los amigos y amigas de los padres, absurdo ese tropel de regalos para un bebé de un año, absurda esa cantidad de gente papeando a troche y moche y sobre todo, absurdo ese enorme trabajo para los padres, que apenas disfrutan de ese día junto a su bebé.  Al final el bebé acaba derrengado y la fiesta es un caos en el que no recuerdas a que viniste, no se, yo no le encuentro sentido a tales fiestas.

Pero más temibles y absurdos me resultan los cumpleaños de niños mayores. Ahora circula un protocolo que impone invitar a la clase entera al evento. Los veinticuatro niños y niñas de Segundo A junto a los primos y amiguitos de fuera del cole. La gente lo celebra en locales de colchonetas hinchables, con merienda infecta, tarta infecta y karaoke infantil. El peque del cumpleaños acaba con más de veinticuatro regalos. Más de veinticuatro. No me digan si no es una cifra indecente. ¿Son conscientes de lo que se celebra? ¿Y los invitados? Los pequeños invitados a esos eventos de cumpleaños apenas reparan en celebrar al cumpleañero. Ni velitas para apagar ni canciones que valgan. Lo que importa es saltar en los hinchables y atiborrarse de gominolas.

Veinticuatro invitados en un macrolocal de cumpleaños. Me han hablado de celebraciones en fincas con piscina y barbacoa. Veinticuatro eventos a los que tendrás que asistir para cumplir con cada compañero del cole. Veinticuatro tardes perdidas -como mínimo- en un año. Veinticuatro regalos absurdos.

Para no volverse misántropa.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Graciosa

Yo de chica era muy graciosa. Es lo que me cuentan y yo recuerdo. Graciosa de tener ángel, de hacerle gracia a la gente, de simpática y salerosa. Me recuerdo cantando en medio del salón de una tía abuela que tenía pelos en la barbilla. Yo cantaba y la gente se mondaba conmigo. También recitaba poesías y ya saben la gracia que da escuchar a una niña regordeta  recitar poesía repelente. Bailaba flamenco pero inventado y era siempre mona y cascabelera aunque me fastidiara la pesadez de la gente (y los pelos de la tía abuela)

Un coñazo.

No se crean que ahora soy antipática. A veces lo parece, una borde cuando me tocan las narices o cuando no puedo disimular la estupidez de cierta gente. Pero no es algo en lo que yo me regodee.

Tampoco soy de las que están todo el día con el chiste en la boca, que petardez, ni voy lanzando frivolidades divertidas por doquier. Pero creo que me quedan retazos de aquel salero mío de la infancia, supongo que es por culpa del candor que aún tengo.

Me importa mucho transmitir risa o al menos alegría. Me importa mucho cuando no lo hago, cuando soy borde con quien no debería y entonces me siento mal. Este verano alguien a quien no veía de años me saludó y me confesó que lo que más recordaba de mi era que siempre estaba riendo. Menudo subidón. Más que si me dijeran que sigo guapa o joven o lista. Seguir riendo. No haberme vuelto una malage. No haberme vuelto una intensa. Qué terrible si me pasara.

domingo, 21 de septiembre de 2014

El narcisismo bien entendido

Voy a dar un consejo, que estamos en domingo: para ejecutar buenas mamadas, de vez en cuando hay que hacer una frente al espejo.

Hay que ponerse ante un espejo, uno de cuerpo entero, y mirarse. Podría indicarse que si te grabas en vídeo es lo mismo, pero no hay color.  Es como ver un partido en diferido. El vídeo está bien pero para disfrutar y aprender no hay nada mejor que mirarse en un espejo mientras la estás mamando.

En el espejo y en directo, puedes ver la boca en acción, cómo se adapta a la polla adorada y como traga, saliva y engulle. Garganta profunda en streaming.

Frente al espejo se puede practicar un ejercicio de narcisismo bien entendido, un narcicismo de buen rollo, complaciente y autocomplaciente. De rodillas, con la polla clavada en la boca una se ve muy hermosa. Arrebolada, la mirada turbia y hambrienta.

jueves, 18 de septiembre de 2014

La mirada perfecta

Tengo una foto en sepia de mis abuelos como fondo de pantalla del teléfono. Es una de aquellas fotos de estudio que se hacían antes los matrimonios, pero ésta es muy atípica. Mi abuela mira al frente y mi abuelo la mira a ella. La mirada de mi abuela es intensa y, como es muy joven, a mi me resulta inocente (la mirada que yo le conocí era picarona y saltarina). Ojos de gacela, los de mi abuela. Mi abuelo la mira, le mira exactamente el cuello.

Yo conocí a mi abuela mujerona, de tetas grandes y cuerpo robusto, una mujer acostumbrada al trabajo duro. En esta foto la cara aparece delgada y casi huesuda, un moño bajo, con el cuello lánguido, curvado hacia delante, con una pequeña cadenita de oro. Mi abuelo le mira el cuello con lascivia. No se le ven los ojos a mi abuelo, los mantiene bajos, fijos en la curva sensual del cuello de mi abuela. Se le nota la sonrisa, una media sonrisa de deseo.

Mi abuelo es un figurín, lleva una camisa que parece de uniforme, quizás es una foto de cuando entró en la Guardia Civil. Lo mejor, aparte de su mirada, es el pelo repeinado hacia atrás, muy, muy repeinado con fijador, muy ceñido al cráneo alargado de mi abuelo. Mi abuelo era largo, todo huesos, manos larguísimas, piernas flaquísimas, una boca grande y una cara alargada y muy varonil. Era muy caliente mi abuelo, según me contaba mi abuela.

Mi abuelo la mira a ella, a su mujer, con la mirada perfecta de perfecto deseo.

Es una foto de después de la guerra, creo que aún no había nacido ninguno de sus hijos, quizás se hicieron la foto al poco tiempo de casarse. Mi abuela mantiene una sonrisa muy dulce y suave, se le ven los incisivos, parece que se regodea con la mirada densa de mi abuelo.

En el tiempo que los conocí juntos, cuando ella era gorda y torpe de piernas, cuando él tenía un poco de pelo blanco y ningún diente, cuando ella se enfurecía porque él llegaba un poco piripi de la calle, cuando él veía la tele y ella cocinaba, en ese tiempo, cuando yo era pequeña y los adoraba, supe siempre lo que se amaban, aún, lo que se deseaban, todavía.

martes, 16 de septiembre de 2014

Decisiones

Yo nunca tomo decisiones. Yo es que soy así de chula. Pongamos la frase: "este año he decidido que voy a empezar a delegar" (una frase que en principio me podría ir bien). Esa frase es una pérdida de tiempo. Cualquier frase que empiece por "he decidido que voy a..." es una pérdida de tiempo. Mientras estás decidiendo hacer o no hacer, mientras te pones o no te pones, estás echando a perder la vida. Eso me digo yo, la chula.

Uno podría pensar que voy a lo loco y no reflexiono, pero no, estoy hablando de otra cosa. Yo reflexiva soy un rato. Lo que no hago son proyectos ni tomo decisiones que por el mismo hecho de tomarlas ya se detiene el tiempo. Porque quizás mañana ya no tenga ganas de delegar y entonces mi decisión se va al carajo y quedo -ante yo misma- como una gilipollas. No, yo no tomo decisiones porque no me gusta comprometerme en falso. de hecho, sigo sin delegar (tonta soy un rato)

Lo que ocurre es que conozco mucha gente que constantemente repite eso de "voy a (ponerme a dieta - organizarme mejor - empezar a ir al gimnasio - etc) " y "me he propuesto este año (dejar de fumar - no guardarme las cosas y decir a la gente lo que pienso de ella- etc)". Y ya saben, se hace un mes, dos meses la Dieta de la Zona, los papeles archivados, la matrícula del gimnasio, el aliento que huele a flores, la gente cabreada pero una feliz de decir cuatro verdades... hasta que llega el día que puf, el proyecto se lo lleva el viento. Yo conozco mucha gente que lo hace. O, y ya me cabrea más, gente que promete y se compromete de tal manera que llegas a pensar, oh, por fin he descubierto a alguien que persevera y puf, se lo lleva el viento.

Yo huyo como de la peste de esa gente que emprende cosas cada cierto tiempo y te implica en ello. Gente que inicia proyectos laborales, amorosos, lúdicos, todo tipo de proyectos vitales. E insisto, te mete, te obliga de una u otra forma a participar, o una se implica por cortesía, o por amor o por curiosidad, qué más da. Y un día el proyecto se esfuma sin saber por qué. Esos emprendedores no suelen dar explicaciones (yo creo que no se dan ni cuenta, lo cual no les exime de culpa. Son unos irresponsables). Te ilusionan y cuando más ilusionada te tienen, zasca, la empresa (laboral amorosa, lúdica) desaparece. Y ellos se quedan tan anchos, un proyecto más sin cumplir y a mi, que me ilusionaron y todo, que me den morcilla.

Por eso, yo no me creo a la gente que dice "he decidido hacer esto y lo otro". Como mucho, les digo que sí, que perfecto y me hago la loca el resto del tiempo. Tiene que pasar mucho tiempo y demostrar que aquello que decidieron ese día lo siguen manteniendo (mucho tiempo son meses y meses, hasta años). Yo, gente así, la verdad no me encuentro mucha.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Una mesa en un rincón

Trabajó en un banco muchos años y la gente pasaba a saludarle. Sobre todo jubilados. Él siempre tenía un rato para escuchar y sobre todo resolver pequeños problemas "de papeles". Yo creo que los viejecillos le adoraban y no era para menos.

Trabajó en aquel banco que no se llamaba como ahora y no era tan estratosférico como ahora en la época de las máquinas de escribir. Era muy bueno escribiendo a máquina. Cuando llegaron los ordenadores estaba a punto de jubilarse así que se negó a aprender y nadie se lo recriminó. Menudo era.

También se negó a ascender porque no quiso amargarse la vida con responsabilidades que le importaban una mierda. Le ofrecieron ser interventor o apoderado, esos cargos con los que a muchos se les pone gorda. Por tener despacho, por tener poder.  Él fue siempre un chupatintas que nunca usó corbata en la oficina. Supongo que eran otros tiempos estéticamente menos agresivos.

Un día se negó a "vender" aquel nuevo producto. Producto financiero que le llaman. Porque apestaba. Porque le insistieron que lo ofreciera a los jubiletas que cada mañana iban a saludarle, esos que no entendían de "papeles" y ya sabemos -ahora lo sabemos- que esos productos financieros están hechos de palabras que apestan.

Parece una historia imaginada, como de peli de colorines con final feliz, pero fue muy real, ya saben que yo no se inventar historias. Le castigaron en una mesa de una esquina del fondo. Sin trabajo, sin máquina de escribir. Lejos de la gente. De cara a la pared como quien dice. Meses entrando y saliendo de la oficina con su puntualidad germánica, insufribles horas sin nada que hacer. Lo que ahora llaman mobbing pero entonces no teníamos ni pajolera idea de cómo denominarlo, aquella miseria. No protestó. Aguantó con sus dos cojones pero, sí,  pasó lo que sólo pasa en las películas con final feliz: los viejecillos protestaron, se pusieron tan pesados como sólo los jubilados saben y el director cedió. Quizás tenía su corazoncito o quizás finalmente le llegó el tufo de los "papeles". El volvió a su mesa de siempre y los viejecillos se quedaron, felizmente, sin el producto financiero estrella. Porque nadie tuvo huevos de volverlo a ofrecer, al menos en aquella oficina y con él delante.

El gran jefe que murió el otro día nuca supo esta historia. Él que se la perdió.

martes, 9 de septiembre de 2014

¿Qué hacemos con El Niño?

Está mi pueblo alborotado con el estreno de la película El Niño porque salimos en pantalla grande y eso, para una tierra con la autoestima tan baja, nos sube la moral de aquella manera. Además, aquí somos muy noveleros y nos apuntamos a cualquier jolgorio. El Centro Comercial estaba petadísimo de gente para ver la peli el pasado fin de semana y a los jóvenes protagonistas que se prestaban a las fotos. Ya digo, nos gusta la novedad.Yo aún no he visto la película porque menudo agobio estos días (y que no soy una novelera) pero no voy a hablar exactamente de ella.

El joven actor es un chavalote de Vejer que se llama Jesús Castro. El domingo le entrevistaban en el Diario. Parece un tío legal, de esos chicos que no acabaron la ESO y derivaron a un PCPI para luego acabar haciendo el típico ciclo formativo de electricidad. Nada estudioso, pelín gamberrete y de buen corazón. Chiquillos así conozco yo un buen puñado.

También conozco a jovenzuelos que comentan con una ligereza abrumadora cómo algún día darán el gayumbazo (*) y a ganar pasta gansa. Gente muy joven que sueña con buenos coches tuneados y motos acuáticas cantosas. Aquí demasiada gente sueña con ello. Por el paro, por la perspectiva de dinerito fácil, porque aquí siempre se ha practicado contrabando, por la cercanía de la frontera... los especialistas manejan cantidad de explicaciones.

Me pregunto si esta peli incrementará tales sueños. Ojo, no tengo nada contra la peli que seguro es emocionante y estará guapa. Incluso dicen que refleja bastante bien la realidad y blablabla.  Lo que me tiene pelín cabreada es que no se hasta qué punto El Niño se ha dibujado como héroe épico que merece la pena emular. El problema está en que el actor es un tío reshulon, con esos ojazos claros y esos labios reventones. Y El Nene, que es supuestamente el tipo real en el que se inspira la peli, era -o es, está desaparecido- un hombre mucho, pero muchísimo menos guapo y carismático que el actor Jesús Castro.

Las pibitas de mi tierra se hacían fotos con el protagonista este sábado. Me pregunto hasta qué punto lo identificaban con una imagen de aventurero, valiente, aguerrido, romántico, machote. Tan guapo, tan alucinante. Me pregunto también hasta qué punto un personaje de tal carisma incrementará los sueños de más de uno. Que obvian lo que en realidad son esos tipos: narcos pequeños, traficantes de medio pelo que queman el dinero fácil que ganan y suelen acabar mal. Porque los peces pequeños, como esos chavalines que he conocido alguna vez y me han confesado que un día darían el gayumbazo, siempre son los que caen y se olvidan de que casi nunca lo hacen los peces gordos.
 
(*)"dar un gayumbazo": traficar con hachís.

sábado, 6 de septiembre de 2014

Hambre

Según pasa el tiempo tengo menos hambre. Me refiero a hambre de ingerir alimentos, no estoy hoy para metáforas. No he perdido el apetito pero antes yo era capaz de desayunar dos veces y siempre pedía postre en los restaurantes. A eso me refiero.

Creo que fui una niña tragona, al menos eso me dice mi madre. También recuerdo a mi padre advirtiéndome que si comía así cuando fuera mayor sería una foca. Recuerdo a mi hermana mirando con odio su plato de lentejas y a mi madre furiosísima con ella. Con veinte años yo tenía unos mofletes adorables, parecía que el tiempo iba a dar la razón a mi padre.

Ahora nunca pido postre cuando salgo a comer fuera porque me sacio rápidamente y porque he perdido el gusto por las cosas dulces. Mis amigas aún se extrañan, dado que yo era famosa por mi querencia por los postres. Me cabrea esa manía de mis amigas que aún me preguntan por qué ahora odio el chocolate. (Joder el tiempo pasa y las ganas de ciertas cosas se pierden. Se de una que ha perdido las ganas de follar y yo no se lo reprocho).

Recuerdo etapas en las que comía con hambre atroz. El casi año que viví en Sevilla, con aquella familia encantadora, sufrí de una gula desmedida. Cuando Rosi y los niños no estaban yo deambulaba por la cocina y el salón muerta de ansiedad (y pena), abría la nevera y metía el tenedor en la ensaladilla, tragaba croquetas frías, patética de mi, me atiborraba de polvorones. Cuánto odio los polvorones.

La última vez que me recuerdo comiendo sin piedad fue tras mi primer parto, mientras criaba a mi hijo. Ya conté que estuve deprimida y nadie lo notó porque yo en algunas cosas soy muy bruta. Ni siquiera yo lo notaba (excepto que me resultaba raro estar siempre angustiada y casi nunca embelesada de amor por mi bebé). Aquellos días yo comía como nunca y se lo achacaba a la lactancia. Tenía al bebito enganchado a la teta cada dos horas y tras cambiarle el pañal y dejarlo dormido yo me lanzaba a comer. Nunca he comido con tanta furia. Helados, sobre todo me moría por los helados porque era verano y el calor me traía loca.

Estoy releyendo Biografía del hambre, de Amélie Nothomb, que equipara su exagerada hambre de comida con el hambre que siente por todo: leer, viajar, aprender, descubrir, esas metáforas del hambre que no me apetece hoy desgranar.

Esa hambre yo no la he perdido.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Nosotras, las manipuladoras

Hay Dominantes que consumen mucho tiempo elucubrando sobre quién manda de verdad en una relación D/s. A menudo se lamentan de esas falsas sumisas (sic) que manipulan a sus Amos y pretenden mandar. Ponen ejemplos y todo. Sumisas malévolas que proponen y disponen con malas artes. A veces, leyendo en blogs y foros BDSM  da la impresión de que todas son unas manipuladoras que hacen el paripé de la cesión de poder y que en el fondo son sumisas que dominan. O pseudosumisas. He leído a Dominantes muy indignados con el tema.

Con tanto elucubrar es cierto que la relación se les puede ir de las manos. Se supone que entre Amo y sumisa (y Ama/sumiso pero es un charco en el que no me atrevo a meterme) el tema de quién manda está claro desde el principio. Si no vaya mierda. Pero los seres humanos en cualquier relación tendemos a crearnos nuestra parcelita de poder que no cederemos por nada del mundo, ni por mucho Amote guapo que nos gobierne.

Por eso las elucubraciones de algunos Dominantes sobre quién domina de verdad me enternecen muchísimo y voy a decir por qué aunque sea una herejía muy gorda: esas dudas de algunos Dominantes son indicativo de inseguridad y con ellas demuestran ser la parte débil de la relación. ¿A qué viene preguntarse quién manda? ¿Y esas historias lloriqueantes de sumisas que quisieron imponer su santa voluntad y ellos no consintieron (faltaría mas!!!)? ¿Y esos planteamientos existenciales sobre el poder y la sumisión innatas y que nanai de la china si te burlas un poco de ellos? La justificación, esos Amos inseguretes, la tienen siempre a mano: han topado con falsas sumisas que quieren dominar.

El estereotipo de relación de Dominación y sumisión heterosexual  se apoya en que la parte débil es la mujer sumisa. Nosotras somos las que nos enamoramos y pretendemos agarrar a nuestros varones con tretas muy variadas. Tacharnos de manipuladoras refuerza el estereotipo de débiles, dado que la manipulación es el recurso de los cobardes. Somos esas criaturas pasivas-agresivas que pretenden imponer sutilmente su voluntad. Insisto, meros estereotipos creados por varones que adoptan el rol Dominante y luego no saben muy bien qué hacer con él, esos inseguros que tanto me enternecen.

Quizás yo lo veo clarito como el agua: meterse en la aventura D/s es cosa de gente honesta e imperfecta que persigue nuevas cotas de diversión. Que tiene los instrumentos emocionales para desconectar sus parcelitas de poder por un tiempo establecido y jugar con ellas. Que a veces se va de las manos, la sumisa se pone moñas y mandona. O el Dominante se pone nerviosito y se deja mangonear. Ya digo, gente imperfecta. Y no pasa nada. No perdamos el tiempo en comprobar quién domina. En una relación de gente honesta quién domina está claro, aunque de vez en cuando haya incidencias. No pasa nada. Hay que ser real. Lo bonito, lo apoteósico de una pareja que decide meterse en el juego D/s es que lo hace desde la realidad, con sus rutinas y sus mierdecillas diarias.

Como a menudo digo en estos posts,  aquí los que buscan la cura a sus males y la respuesta a sus problemas existenciales no tienen sitio. Absténganse los buscadores de fantasías, los peterpanes y las wendys, los inmaduros emocionales, los que buscan el GRAN AMOR. Se lo tomarán demasiado en serio, querrán imponer sus manías y puñetas, entablarán esas luchas de poder tan vainilla y la relación se les joderá.

No pierdan el tiempo elucubrando, relájense y jueguen.




lunes, 1 de septiembre de 2014

Dos más dos, cuatro; más dos, seis...

A lo hombres se les nota fácilmente la excitación. Se les pone la mirada turbia y los labios más gruesos. Incluso medio a oscuras yo advierto la pesadez en sus párpados. En todos. Ellas, nosotras, en cambio, lo llevamos con disimulo, pero no es premeditado, creo. Alguna se desliza más libertina o entrecierran/ entrecerramos los ojos. Yo no se qué cara pongo pero noto la urgencia en mi vulva y me apresuro porque no quiero que desaparezca.

Es una urgencia, o excitación, bien rara, la que siento. Llegó de pronto, con la semioscuridad y la certeza de que no hay que dar explicaciones. Yo desconfiaba y por eso me apresuré, ya digo que temía que el calor que tenía metido en el coño fuera un visto y no visto.

Pero no. Lo supe aprovechar y apuré cada minuto. Joder si los apuré. Primero cuatro, luego seis, luego, cuando miré de reojo ya eramos al menos doce.O catorce.  No rozamos a ninguno, o quizás nos tocamos los dedos de los pies levemente. A mi no me hizo falta tocar a más y, según observé, cada dos iban a lo suyo, doce emparejados y sólo compartimos gemidos y ese magnífico sonido de chapoteo cuando una polla golpea y golpea.  Y miradas, las mías aún a hurtadillas. Las de ellos, desde la cama, desde la puerta, asomando tras la cortina. Las miradas que redondean el placer. Te observan y se empalman y eso me empalma, a mi, mi coño y es un no parar. 

El glorioso mundo de los gemidos. La mujer que estaba a mi lado gemía como una zorra y la morena de mi derecha gemía y balbuceaba. El glorioso mundo de los cuerpos, cada par a lo suyo pero con la energía brutal de compartir espacio, sin palabras, sólo el glorioso sonido de los cuerpos cuando follan y chupan.