jueves, 26 de febrero de 2015

Mi top-ten de escenas musicales en películas no musicales

Iba a montarme un post de pelis musicales pero me estaba saliendo soso y leeento y se me cruzaron momentos musicales en películas de géneros diferentes. El requisito para figurar en la lista, aparte de gustarme a morir, es que sea un tema cantado, interpretado o bailado en la escena y no banda sonora acompañante. No se si me explico. En fin, que éstos son algunos de mis favoritos (pero, como siempre, no todos y no en riguroso orden)

10. Miss Hepburn cantando Moon river en Breakfast at Tiffany´s. No es una de mis películas imprescindibles, es más, en momentos le tengo muchísima tirria al personaje de Hepburn y su petardez extrema. Diría más, este dulcísimo y preciosísimo tema no va nada con el personaje de escort frivolona ideado por Truman Capote. Pero quién se resiste.

9. Cameron Diaz canta I just don´t know what to do with myself en karaoke. La muy cabrita de Julia Roberts en La boda de mi mejor amigo, que no soporta dejar de ser follamiga del alma, intenta jugársela a toda costa a Cameron. Me encanta este terrible karaoke porque todos hemos vivido algo así, yo en mis propias carnes, cantar un tema de manera inepta y que la peña te aplauda, venirte arriba del subidón y ser extremadamente feliz.

8. El inenarrable Duelo de banjos de Deliverance precede a una de las películas de mayor mal rollito de todos los tiempos. Sin espoilear demasiado diré que los amigotes urbanitas ya meten la pata desde el minuto uno, con Ronnie Cox empeñado en estrechar la mano del chavalín rarete. El ritmo del duelo, sin embargo, se mete en el cuerpo y es imposible olvidarlo. Endiablada.

7. La escena de El rapto del serrallo en Amadeus. Me ha costado elegir una escena de esta peli que, en mi opinión, no ha perdido ni fuerza ni belleza. Lo que ocurre es que aquí Salieri/Murray Abraham, brilla especialmente en su delirio envidioso, mezclando el fracaso artístico con el amor. Y El rapto del serrallo es una delicia; yo, que soy tan llorona, me quedo en este momento vibrante y paso un poco de puntillas en Don Giovanni.

6. Marilyn Monroe canta I wanna be loved by you en Con faldas y a lo loco. Quería poner alguna escena de comedia clásica y ésta no tiene desperdicio. La canción no es nada del otro mundo, lo interesante es lo que ocurre al fondo, en la banda: el tonteo de Dafne/Jerry con Mr Osgood, el botones queriendo sacar provecho de la noche, Tony Curtis de adorable caradura forever. El genio de Billy Wilder en menos de tres minutos, lo que dura una canción.

5. Almodóvar siempre pone temas chulos en sus películas y también me costó decidirme: Sara Montiel en La mala educación; Luz Casal en Tacones lejanos o el Dúo Dinámico en Átame. Pero yo siempre me quedo con  Lo dudo de La ley del deseo. Es mi película de Almodóvar favorita y es el final perfecto. Banderas y Poncela se besan, se derriten, el resto del personal aguarda expectante en la noche de verano, mueres de amor.

4 Kevin Kline baila I will survive porque ya no se aguanta más, en In and Out. Yo no entiendo por qué desaprovechan a un tipo solvente como Kevin Kline, que sabe de comedia y de drama (véanlo en La tormenta de hielo, que está sublime). En In and Out se luce como nadie y en esta escena usa, abusa y hace suyos todos los tópicos, hey, you sissy boy. Y quién nunca haya bailado con el I will survive no tiene alma.

3. El capitán Aubrey y el doctor Maturin interpretan a Boccherini en Master and Commander. Demos gracias a esta peli por descubrir a Boccherini al gran público y a Peter Weir por respetar el espíritu de las novelas de Patrick O´Brian. En esta escena el capitán Aubrey (que para siempre tendrá el rostro de Russell Crowe) se pone a tocar el violín como si tal cosa, después de ordenar perseguir una vez más al Acheron. La persecución sin sentido, sin final, absurda y mortal pero qué más da: ellos son caballeros del Imperio y no quieren ver la guillotina en Piccadilly

2.  Harrison y Kelly bailan Wonderfull world, en Único testigo, sí, otra de Peter Weir que lleva demasiado tiempo sin rodar. Es muy fácil enamorarse de esta escena sin trampa ni cartón. Podían haberse besado, el poli y la amish, pero no, ellos bailan en el granero, se miran con ganas, babean un montón, tiemblan y aprovechan el instante. Qué tremenda.

y para terminar

1. Los pringados cantan Always Look On The Bright Side of Life  en La vida de Brian. Hay que ser pringado y a la vez ingenuo de la vida para cantar mientras te mueres crucificado, rodeado de escoria. Pero, como dice la letra, la vida es absurda pero mola muchísimo ser el último en reír.  Háganlo su lema de vida y déjense de gaitas.

viernes, 20 de febrero de 2015

En el cerro



Una de las cosas que más me gustan de esta vida es tirarme en la hierba en los días del sol de invierno. A mi que me dejen de meditación y pajas mentales. A mi lo que de verdad me centra y me apacigua el corazón es tumbarme en la hierba. No hace falta que sea el paraje más maravilloso del mundo. Sólo que haya abundante verde, fresco y fragante, si puede ser con algunas flores amarillas. Bichitos que zumben alrededor y que el sol pique lo suficiente como para quedarme en camiseta.

De pequeña subía a jugar a un cerro que había tras mi casa. Parecía un cerro alto pero entonces yo sólo tenía seis, siete años. En realidad es una caca de cerro, enano y  ya se lo ha comido la ciudad. Pero tenía, en aquella época, todos los requisitos: hierba, flores -unas coloradas que se llaman conejitos, creo-, pajaritos, abejorros, toda la pesca.

En realidad yo no jugaba mucho, que siempre fui muy contemplativa, y prefería sentarme en lo alto del cerro a mirar la ciudad. Era fantástico estar allí arriba -a mi me parecía estar muy lejos- y oír pitidos de coches, ladridos, la voz alta de algún vecino. Me encantaba aquel barrio tan humilde y cercano y, sobre todo, adoraba contemplarlo desde lo alto, cada detalle de azoteas y ropa tendida, antenas de televisión, tejados de uralita.

Íbamos siempre las tardes templadas de invierno -impensable ir en verano- que son tan cortas y sólo se podía aprovechar a gusto una hora larga. Luego el sol se iba poniendo tras el cerro y había que bajar a merendar. Yo era muy pequeña pero recuerdo que me aferraba a cada sensación -olor de hierba, piar de jilgueros, zumbidos, ladridos lejanos, el color amarillo, el rojo, el azul- y notaba siempre una leve angustia. La certeza de que aquello tenía un final y era doloroso.

Ya digo que ni está ese cerro verde, ni la casa dónde yo vivía -aunque sí el barrio, que sigue igual- pero hay otros cerros y otra hierba y el sol sigue calentando de manera confortable, como este mediodía.

jueves, 12 de febrero de 2015

El tiempo, el frío

Este frío me hace olvidar. Detesto el frío, la humedad y olvidar fechas del calendario, olvidar anotar fechas en el calendario. Pasar días de un calendario que no se mueve y olvidar aquello importante que ocurrió, ese día, puñetero día, por celebrarlo de algún modo. Y olvidarlo.

El frío aletarga y por eso lo detesto, me entumece los dedos y, ay, quizás también el corazón. Yo digo que no, afirmo que no, que jamás, pero es obvio que olvido y si olvido es que alguna neurona (la neurona que jalea al corazón) se me habrá entumecido.

Qué odioso pensamiento.

Pero la que avisa no es traidora y por eso escribo esta entrada, para que el día que la revise (yo reviso mis entradas, qué pasa) caiga en la cuenta de eso que olvidé. Puede que me anime, entonces igual que ayer mismo, a repasar viejas fotos, viejas frases, viejos recuerdos. Joder, viejísimos.

jueves, 5 de febrero de 2015

Bailar y hacer el payaso

Tenía una cita para bailar y hacer el payaso, una cita casi obligatoria aunque le di mil vueltas a mil excusas para quedarme en casa. La tentación de hacer payasadas frente al miedo a hacer el ridículo espantoso. Busqué excusas y no encontré ninguna decente. Así que hice lo que siempre hago en los casos de temor e incertidumbre: dejarme llevar y que pase lo que tenga que pasar.

Para mi no es nuevo bailar y payasear porque ya he contado que soy actriz frustrada, reprimida, malograda, fracasada, inédita y no se me caen los anillos por hacer el mamarracho. Tengo que ponerme, eso sí, no soy la reina de la improvisación y si me entra el ataque de gran tímida, el resultado es nefasto. Las grandes tímidas (y pelín anacoretas) podemos pasar de la sobreactuación al pánico escénico en un milisegundo.

Pero en esta ocasión se trataba de bailar y hacer el payaso de una forma diferente y nueva, por lo que "el miedo a lo desconocido" me traía de cabeza. Fui, bailé, hice gansadas y en hora y media me sentí satisfecha, con la misión cumplida y ganas de más. Cuando pasan esas cosas, es una delicia vivir.

(esta mañana me he cabreado a cuenta de un capullo y aún -a las cinco menos cuarto de la tarde- me dura el cabreo. tengo que recuperar y por eso escribo)

En realidad en hora y media no ocurrió nada nuevo porque pensé y sentí lo que me esfuerzo por pensar y sentir cada día (no a todas horas, sería BRUTAL si fuera así siempre). Sólo que esa hora y media reafirma verdades, asienta certezas. La simplicidad, la ingenuidad, la franqueza y la alegría. Sentirla y compartirla aunque se le ponga a una cara de boba y de payasa.