viernes, 23 de febrero de 2018

Una fiesta

El verano pasado decidimos, mi amiga AB y yo, celebrar juntas nuestro cincuenta cumpleaños. Días antes de la fiesta fuimos al Carrefour y nos vinimos arriba con la compra. Cervezas, fantas, ginebra para gin tónics -ginebra de la normal, no pijadas rosas- y vinos ecológicos. Yo me empeñé en vinos ecológicos porque estaba atravesando esos días una fase “desarrollo sostenible”.

Sobraron todas las cervezas y las fantas. La ginebra no se abrió y la tengo todavía sin abrir. Los invitados trajeron vino del normal y creo que sobraron algunas botellas del ecológico.

Aún así, creo que la fiesta fue un éxito. Al menos mi amiga nunca me dijo lo contrario.

Creo que yo soñaba con celebrar mis cincuenta años con algo más de desfase. Es lo malo de los mitos  con los cambios de decenio. No hubo desfase, un par de invitados medio borrachos y un conato de conversación picante que no cuajó. Eso fue todo aunque yo me acosté esa noche feliz y con la sensación del deber cumplido.

La fiesta se celebró dos días antes de mi cumpleaños real y casi un mes después del de AB. Ella estaba espléndida, con los cincuenta años y veintiséis días. También llegó espléndida la invitada sorpresa que fue A., ahora con su pelo moreno natural - y creo que un año mayor que yo- y ni una cana a la vista. Ella fue una de las que empinó el codo desde que entró por mi puerta. Vino del ecológico y del normal, que no le hace asco a nada. A media tarde estaba piripi y ya iba diciendo que yo era su fantasía sexual. Lástima que me lo contaron al día siguiente.

A. no fue la invitada estrella, sin embargo. El honor correspondió a J.J., aquel primer novio de AB, al que invitamos un mes antes. Cuando J.J. entró en mi cocina el mundo se paró. Yo ya llevaba un amontillado como mínimo y juro que se paró el mundo. O yo lo paré. Nos dimos dos buenos abrazos y parecía que el tiempo no había pasado aunque lleváramos años sin vernos; o al menos sin vernos con tiempo por delante. Era curioso verlo departir con la gente, él que es de los tímidos atrevidos, y fue un poquito rey de la fiesta cuando  mi hermana le contó esa historia que ya es leyenda entre mis amigas y sólo él desconocía, aunque era el protagonista. También hubo tiempo de recordarle que muchas de nosotras estuvimos enamoradas de él. Creo que se fue para su casa feliz como un rucho y esa noche se tuvo que hartar de follar.

Comimos mucho y cantamos karaoke. Fue una fiesta de tranqui, con un par de niños pequeños, varios adolescentes y muchos bebedores de vino y nostálgicos de la “chica de ayer”. No hubo desfase, mi otra hermana comenzó a describir una práctica sexual algo exótica y se formó un mini corrillo de risitas que dio poco de sí; nadie aportó sugerencias ni se hicieron preguntas osadas. La gente se fue yendo poco a poco, J.J. de los primeros y A. de las últimas y al final nos quedamos cuatro gatos con un barreño lleno de cervezas y hielo y media empanada de verduras. Había estado bien. Me faltaban dos días para los cincuenta y seguía sin notar nada especial.



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